Obama, el futuro presidente de Estados Unidos, deberá lidiar con una pesada carga: la herencia de desequilibrios económicos de la mayor economía del planeta, que tendrá repercusiones en el futuro para el resto del mundo.
El presidente saliente George Bush ha dado muestras de lo que no se debe hacer en términos macroeconómicos: heredó de su antecesor, Bill Clinton, una economía en crecimiento, con alto superavit fiscal y con una buena situación en la balanza comercial. Pero el mismo George, 8 años después, deja a su sucesor una economía en recesión, con desempleo en aumento y los mayores déficit fiscal y comercial de la historia. También deja un nivel de endeudamiento superior al que recibió, con el agravante de que buena parte de ellos son insolventes e incobrables.
En términos que comprendamos: en estos 8 años EEUU consumió más de lo que produjo, en base a un gran incremento de endeudamiento tanto público como privado. De no ser Estados Unidos, el país se habría convertido en un país en default.
Las razones de esto son bien conocidas: políticas financieras demasiado permisivas, que permitieron un gran crecimiento del sector especulativo que desembocó en la burbuja que exploto a mitad del pasado año.
A su vez, la crisis financiera obligó al estado a incurrir en nuevos gastos al tiempo que sus ingresos fiscales se reducen por la contracción de la economía. Todo indica que en el futuro inmediato el déficit aumentará acotando nuevos operativos de rescate.
¿Y el nuevo presidente? Obama recibe un país en recesión, con altos déficits y con desempleo en constante aumento. Tampoco contará con instrumentos para hacer frente a los enormes dilemas económicos. Habrá que esperar al 20 de enero para saber si Obama tiene un plan…
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